26 marzo 2007

26 de marzo de 1982.

Enrique Cuesta Jiménez
Antonio Gómez García

Asesinados en San Sebastián.
Enrique era delegado de Telefónica en Guipúzcoa. Su hija Irene es una de las historias de Olvidados, el libro de Iñaki Arteta y Alfonso Galletero. Dice así:

"Era un viernes, lo recuerdo bien porque estaba haciendo preparativos para irme ese fin de semana con mis amigas. Eran las tres de la tarde y esperaba, como todos los días a esa misma hora, cruzarme con mi padre. Él volvía del trabajo a casa después de su jornada laboral, iba a comer a casa, y yo habitualmente le esperaba antes de irme al colegio porque, como coincidíamos en el horario, yo le daba un beso y las buenas tardes antes de irme a clase. Pero ese día mi padre no llegaba así que retrocedí un par de calles -porque yo sabía su itinerario habitual- y cuando me fui acercando hacia una esquina cercana a casa vi que había un corro con mucha gente, vi ambulancias, vi a la Policía Nacional y no entendí lo que pasaba. Simplemente miraba por encima de las cabezas de todo el mundo -la gente miraba hacia el suelo- buscando a mi padre.

Mi padre iba siempre con dos escoltas. También los buscaba a ellos, pero no los encontraba. Y no sé cómo, no lo recuerdo bien, llegué hasta el centro del círculo que formaba la gente y es entonces cuando vi lo que miraban los demás. Era a mi padre que estaba tumbado en el suelo, sangrando. En ese momento fui consciente de lo que acababa de pasar: mi padre acababa de tener un atentado.

Era un 26 de marzo de 1982 y yo tenía 14 años.

[...] mi padre tenía escolta desde que a su anterior jefe lo habían asesinado. Fue dos años antes.

Es cierto que el miedo entró en nuestra casa, es cierto que cambiamos muchas cosas de nuestra vida, pero al final vivíamos bastante normal, supongo que al final a todo se acostumbra uno. [...] Seguramente para él no lo era pero vivíamos..., como si no pudiera pasar nada. Nos hicimos a la idea de que estaba escoltado y que estaba protegido..., de hecho uno de los escoltas también fue asesinado junto a él. Antonio Gómez murió con él intentando salvarle pero no pudo hacer nada.

Mi padre no quiso irse. Se podía haber ido pero no quiso irse, pensó que no tenía por qué irse. Él era de La Rioja, de Logroño. Estaba muy orgulloso de ser riojano pero llevaba 30 años viviendo en San Sebastián.
...
Éramos cuatro en la familia. Mi padre tenía 52 años, igual que mi madre. Somos dos hermanas. Mi hermana Cristina entonces tenía 20 años y yo tenía 14. [...] cuando yo volví a casa después del atentado [...] ella no estaba porque [...] alguien, uno de los asesinos o de sus cómplices, llamó por teléfono a casa: "a tu padre le ha debido pasar algo".
...
Nosotros vivíamos en San Sebastián, en el barrio de Amara. [...] durante muchos años, aunque nos cambiamos de casa, hemos tenido que pasar día a día por la esquina donde fue asesinado mi padre. El primer día pasas como puedes, el segundo también, pero hoy es el día que mi madre, más de 20 años después, mira al suelo todavía. Es muy duro, muy duro, pero o te vas o aprendes a vivir con estas cosas.
...
Recuerdo con orgullo que, en una época en la que no había apenas manifestaciones ni la gente salía a la calle a protestar como ahora, espontáneamente, los compañeros de mi padre en Telefónica hicieron una manifestación. A los dos o tres días de enterrar a mi padre yo estaba en casa, oí ruido en la calle, me asomé al balcón y vi a los compañeros de mi padre con una pancarta improvisada protestando por su asesinato. Bajé corriendo y me uní a ellos.
...
Maduramos a marchas aceleradas en esa etapa. Reconozco que sin el apoyo de mi hermana no sé lo que habría hecho.
...
Así llegamos a 1986. [...] mi hermana consigue poner en marcha un grupo por la paz [...] y el 8 de mayo, tras un atentado contra un policía en Vizcaya, decidimos que ya no queríamos estar callados y que había que salir a la calle [...]. En la primera concentración estábamos unas pocas personas detrás de la pancarta. Entre ellas, todo un colectivo de mujeres de policías nacionales con muchísimo miedo en el cuerpo agarrando también la pancarta porque eran conscientes de que los siguientes podían ser sus maridos, y había que hacer algo. En la pancarta ponía: "Dilo con tu silencio". Algo así. Era una pancarta chapucera porque no teníamos dinero. Mi hermana y yo la hicimos en el pasillo de casa, con brochas, sin ninguna habilidad.
...
Mucha gente comenzó a unirse a las concentraciones, algo que le resultaba insoportable al mundo radical y que le llevó a enfrentarse con nosotros en las denominadas "contramanifestaciones". [...] mientras nosotros estábamos en silencio con la pancarta, con los lazos azules, exigiendo la libertad de los secuestrados, que no se matara a nadie más y que se acabara el terrorismo de una vez, ellos estaban a un metro de distancia con sus carteles de los presos gritándonos, tirándonos piedras e intimidándonos sin límites.
...
Hoy, mucha gente que asumió ese riesgo vive escoltada. Veinticuatro años después de matar a mi padre, mi hermana vive escoltada. Simplemente por ponerse detrás de una pancarta, por ayudar a las víctimas y decir las cosas por su nombre.

A pesar de ello, seguiremos resistiendo. Se lo debo a mi padre. Se lo debemos a todas las víctimas del terrorismo.


Cristina, la hija mayor de Enrique y hermana de Irene, es la presidenta de COVITE, Colectivo de Víctimas del Terrorismo en el País Vasco. Suyo es el epílogo de Olvidados. Así termina:

"Hoy las víctimas no están solas y pueden hablar, se les reconoce su sacrificio y su entereza. Corremos el riesgo de que su legado y sus reclamaciones obvias no sean tenidas en cuenta en un supuesto final y que se pueda traicionar el significado, también político, de tanto dolor. Quiero creer, y trabajamos por ello, que el final será el de la derrota política, social e institucional del terrorismo, por pedagogía democrática, por homenaje a todas las víctimas del terrorismo."

Antonio, el policía nacional escolta de Enrique al que Irene alude, resultó muy gravemente herido. El mismo día del atentado, ese viernes por la tarde, fue operado durante dos horas en el hospital de la Cruz Roja de San Sebastián. Entró en estado de coma profundo y no se recuperó. Murió cinco días después, el 31 de marzo.

Era de Bornos (Cádiz), estaba casado, tenía 24 años y un hijo de pocos meses.
______

Un abrazo a las familias de Enrique y Antonio.
Mi respeto y agradecimieto a las hermanas Cuesta, a los empleados de Telefónica recordados por Irene, a las mujeres de policías detrás de la pancarta y a todos cuantos fueron capaces de acompañarlas en su denuncia.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Enrique Cuesta, Antonio Gómez:

No os olvidaremos.

Gracias, Irene, Cristina, por contarlo.

Gracias a los que se manifestaron contra el terror en aquellas circunstancias.

Anónimo dijo...

A leer esto despues de 28 años sigo llorando la muerte de los dos,del delegado y de mi gran amigo y compañero Antonio Gomez,¡si digo bien amigo y compañero!`porque yo tambien era policia en San Sebastian y trabajaba de escolta como Antonio,pero por suerte o por desgracias un dia antes del atentado me vine a casarme en Cadiz yo me casé el 28 de febrero de 1982 y no puedo ni quiero perdonar a los que poco a poco arruinaron mi vida porque no hay un dia hoy tengo 55 años no hay un dia que no sueñe con compañeros acribillados a tiros.Desde que me vine a Cadiz no doy pie con bola y no puedo ponerme en contacto con familiares porque en seguida defallesco en llanto,un abrazo para todos los que sufre por esta banda de asesinos.

Anónimo dijo...

Felicidades, habéis sido capaces de hablar del asesinato de Enrique Cuesta y de su escolta sin mencionar a los asesinos: los Comandos Autónomos Anticapitalistas, que no tenían relación con ETA militar. Y por si estáis pensando mal, soy el tipejo que hace unos días volvió a incluir al señor Cuesta en el anexo de víctimas de ETA de la Wikipedia. Algún vándalo se había dedicado a borrar a varias víctimas de los CAA, por la cara.