25 julio 2007

25 de julio de 1981.

Félix Galíndez Llano

Asesinado por ETA en Amurrio (Álava).
Félix tenía 54 años y estaba soltero. Se dedicaba a la compraventa de pisos y vivía desde hacía años en la pensión Ochoa, de Amurrio. Poco antes de las diez de la mañana, dos individuos llamaron insistentemente al timbre del portal. Félix, todavía en pijama, bajó a abrir. Nada más aparecer en el umbral, los terroristas dispararon contra él.

El otro inquilino de la pensión oyó los disparos, se asomó a la puerta y pudo ver a su compañero mortalmente herido: «Estoy asombrado; yo mismo podía haber abierto la puerta, de igual forma que lo hizo Félix».
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25 de julio de 1984

Juan Rodríguez Rosales

Asesinado por ETA en Lequeitio (Vizcaya).
María, una de sus tres hijas, es una de las voces de Olvidados, el libro de Iñaki Arteta y Alfonso Galletero. Como en otras ocasiones, conviene leer su testimonio completo. Aquí, sólo unos retazos:

"Han pasado muchos años, pero cada vez que oigo que, desde el Parlamento Vasco o desde otras instancias, se piden medidas de humanización para los presos etarras me entra una rabia y una angustia que me parece que voy a reventar. Porque ellos están en la cárcel pero están vivos, pueden ver a sus hijos, pueden ver a sus mujeres... pero yo, desde aquel fatídico 25 de julio a las 14:00 del año 1984 no he podido ver a mi padre, no he podido recibir un beso de mi padre, no he podido hablar con mi padre, no he podido estar nunca más con él.
[...]
La historia de mi padre tenía que haber tenido un final muy distinto. Tenía que haber sido una historia similar a las de cientos de miles, quizá millones,de españoles de su época. [...]

Mi padre nació en un pueblo de la provincia de Jaén, Valdepeñas de Jaén, pero se trasladó al País Vasco en lo que hoy conocemos como años de la emigración. Buscaba, como todos, un trabajo mejor y una vida mejor de la que tenía aquí, en Andalucía.

En Lequeitio, que fue donde recaló, trabajó en todo aquello que pudo, en un taller mecánico, luego en la construcción y, por último, optó por ser policía municipal del pueblo. A petición del ayuntamiento tenía que combinar su trabajo con el de conductor de la ambulancia del pueblo.

Cerca de donde vivíamos, un poco por debajo, estaba el cuartel de la Guardia Civil. Mi padre tenía buena relación con ellos. Hay que tener en cuenta que muchos de ellos eran andaluces y a mi padre siempre le gustó darles un poco de apoyo, que no se sintieran tan solos. A través de mi padre fui conociéndolos yo también y terminé enamorándome de uno de ellos, el que hoy es mi marido. Y fue a partir de ese momento, del momento en que empiezo a salir con un guardia civil, cuando comienzo a sentir que se producen cambios a mi alrededor. No entre mis buenas amigas, pero sí entre otras menos cercanas, que habían sido compañeras mías durante el instituto. Empezó a haber gente que me retiró el saludo. [...]

El día que mataron a mi padre yo estaba en mi casa de Vitoria. [...] Eran las 14:00 o así. Siempre he sospechado, y no hay quien me convenza de lo contrario, que lo tenían fichado, que hubo un chivatazo de alguien que lo conocía, porque aquel día mi padre había cambiado de turno con un compañero. Sólo los muy cercanos sabían ese detalle y los etarras que lo mataron lo conocían. A la salida de casa, -nosotros vivíamos cerca de donde se encontraba el cuartelillo de la Policía Municipal-, por la acera por la que mi padre bajaba, lo estaba esperando José Félix Zabarte y en el extremo de la acera, junto al bordillo y haciendo como que se ataba unas zapatillas, Carmen Guisasola. Mi padre pasó por la acera por entre los dos y, al pasar, Carmen Guisasola se levantó, sacó una pistola y le disparó un tiro en la nuca. Mi madre, desde su casa, sintió el disparo.
[...]
Mi madre se marchó de allí porque era incapaz de pasar cada día por el lugar en el que mi padre había caído muerto. No podía superarlo .

[...]lo que yo quiero es que se haga justicia, que los terroristas paguen sus penas, que no se les perdone un minuto de cárcel, que no se olvide a nuestros muertos y que se reconozca el sufrimiento y el sacrificio de las víctimas. Eso es lo que yo quiero."


Juan tenía 49 años.
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Un abrazo a las familias de Félix y Juan.
En particular, a María, por contarlo. Gracias por ayudarnos a conocer un poco el alcance del daño sufrido.

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